YO TUVE CERDITO Y PERRO

 



  (17/1/2022)

Portada como ésta merece un comentario, sobre todo de quien nació en un pueblo y vivió aquellos tiempos en que un gorrino, como decíamos entonces, era uno más de la familia. El perro de casa no iba a ser menos. Y no había leyes como las de ahora, que obligan a considerarlos miembros familiares con efectos jurídicos. ¡Qué cosas! (Ya me gustaría que el titular se refiriera al “bienestar humano”)

Maltratadores de animales los había también en aquellos tiempos, pero solían ser individuos con problemas de algún tipo. De mis recuerdos de la infancia no encuentro ninguno asociado a un maltrato de un perro, y mucho menos de un gorrino. Sí es cierto que había gentecilla que les gustaba apedrearlos alguna vez, normalmente por ese rechazo o miedo que algunos niños tienen a los canes, sobre todo si les ladran.

Del gorrino que criábamos en mi casa todos los años –los señoritos tenían más de uno- tengo recuerdos agradables y satisfactorios. De pequeños porque me gustaba jugar con ellos y darles comida, sobre todo mondas de patatas, que eran tiempos difíciles. A todos les poníamos nombre. Al último lo llamamos Salomón, del que mi padre consiguió que levantase la pata delantera derecha cuando se le ordenaba ¡Saluda! Y tenía que morir, pues era parte imprescindible a la hora de comer. Pareciera que, así como un miembro de la familia se sacrifica lo indecible –y no necesariamente tiene que  morir- por cualquier integrante de su familia, también Salomón entregaba sus carnes a quienes le habían “querido” y cuidado.

El último perro que nos acompañó en casa fue algo especial. Reproduzco lo escrito por mi padre en su día sobre él. Algo extenso, pero intenso.

         IMPRESIONES DEL MOMENTO  (13-7-76)

EL PERRO VAGABUNDO

 

Has llegado a mi vida cuando ya estás en el ocaso de la tuya.

Sin duda tu amo ha sido piadoso contigo por lo que fuiste. En vez de sacrificarte –quizás hubiera sido lo más humano-, ha pasado por este pueblo, te ha abierto la puerta del elegante coche donde en otro tiempo te reservara el mejor sitio, te ha mandado bajar, ha vuelto a cerrar la puerta, ha puesto el pie en el acelerador y ha seguido carretera adelante. Sé que tu amo, en los primeros momentos, ha sentido remordimiento: ambos habéis pasado muy buenos ratos. Y es que la caza ennoblece... ¡Ya, ya sé que tú no habrías dejado nunca a tu amo y que él te ha dejado abandonado a tu suerte...! Tu amo, para acallar su conciencia, piensa que cualquiera ha de darte cobijo por tu clase, perdiguero de Burgos. Sin embargo, tu amo sabe que eres viejo, que tus párpados, tu mirada triste y tu incipiente falta de oído lo delatan a simple vista. Por tu manera de comportarte parece que procedes de casa grande. La última escena con tu amo habrá sido parecida a la fábula de Iriarte. Lamiéndole las manos le habrás dicho: “Mira lo que he sido, no lo que soy”. Me miras y parece que con tus miradas me preguntas el porqué de este abandono. No sé qué responderte. Habrás dado a tu amo tantos días de alegría...; tantos como a ti te quedan de amargura.

Has llegado a la puerta de nuestro bar, de nuestra casa, como podías haber dirigido tus pasos a otra parte, y entre tanta gente que se cruza, que entra y que sale, te has fijado en mí. Y yo te pregunto: ¿Por qué?  Sin duda has adivinado que yo también soy viejo y cazador, que nuestras vidas son paralelas y que debemos intimar. ¿No será el motivo de tu desgracia el que, perdiendo como vas perdiendo tus facultades y atendiendo a tu sustento más que al de tu amo, hayas cometido la torpeza de comer alguna pieza que él volcó de un  tiro?  A nuestra edad adquirimos vicios raros... Lo de comerte la caza es imperdonable.   Y nos hicimos amigos.

¿Recuerdas el día que salí contigo hasta La Serrezuela, donde casi siempre hay un par de perdices? Tu comportamiento fue propio de haber sido un perro bandera. Pusiste la pieza a ochenta metros y quedaste en posición de ataque: rabo estirado, una mano levantada, todo tu cuerpo inmóvil y  el hocico indicando la dirección de la perdiz; sólo un leve movimiento de cabeza hacia mí y vuelta a tu posición, como diciéndome: “Por allí está”. Te animo con voz queda para que rompas el puesto..., pero no me oyes y tengo que hablarte más fuerte. Tampoco ves bien mi mano cuyo dedo índice te anima a avanzar y tengo que ser yo el que avance hacia donde tú me indicas; y es entonces cuando te lanzas un tanto inseguro. Salta la pieza... y tú sigues en una dirección que no es la que lleva la perdiz. Sólo he salido para probar tus facultades, pues estamos en veda; ya ves que no llevo escopeta. Ya he visto lo que quería y no me interesa seguir, pues la hembra debe de tener el nido cerca, ya que es el macho el que ha volado, su pichaooo, pichaooo es inconfundible.

He sacado la consecuencia, querido Mustafá –de alguna forma he de llamarte-, de que los vientos los conservas, pero de vista y oído estás peor que yo. No me importa: te has pegado a mí olvidándote un poco de tu vida anterior y veo que tus deseos son de agradarme, que a la menor caricia por mi parte, se estremece todo tu cuerpo y que, si te lo consiento, apoyas tu cabeza en mi pierna y en esa postura ya no mueves tu cuerpo. Nadie te proporciona alimento, sólo yo y mi vieja compañera María. Yo estoy cansado como tú, estoy viejo, no quisiera tomarte cariño, no quisiera preocuparme de ti. Pero tu mirada..., ¡es tan expresiva que me llega al alma! No, no te abandonaré.

¿Cuándo y cómo será el último día de tu vida? Lo ignoro como ignoro el mío, pero somos dos seres que se sienten unidos por una misma historia? Yo, como tú, ¿qué hemos hecho en esta vida sino vagabundear? Y si por esto no fuera suficiente, a ti te gusta la caza y a mí con delirio; tu alegría es salir al campo y para mí es una necesidad imperiosa, que el día que no he salido, considero que no lo he vivido. La providencia ha sido magnífica con los dos, porque tú me has encontrado en los postreros años de tu vida y yo he hallado en ti a un compañero. Además, fíjate: “La Intendencia”, linda finca y con abundancia de caza, nos la ha ofrecido su dueño. ¿No será que hemos sido buenos y Dios nos premia?

¡Alégrate, Mustafá, ya no somos unos desheredados de la fortuna! Apoya tu vejez en la mía, y así, juntos, con la mirada puesta más allá de donde miran la mayoría de los mortales, ganaremos lo que a ellos en su día les será negado. Caminemos unidos hacia el final de nuestra oscura y humilde historia. Si me sobrevives, que Dios ponga en tu camino un protector, si no potentado, sí que sepa sentir la desgracia de todos los seres de la naturaleza. Si te sobrevivo, yo te prometo que la madre tierra cubrirá tus huesos y que te recordaré mientras viva, que a pesar de circular tantos vehículos de motor, te encontraras donde te encontraras, tu deficiente oído distinguía el ruido de mi pequeña moto, a la que venías a lamer de agradecimiento. Cosas así no pueden olvidarse.

¡Ah, y no seas rencoroso! Quiero que sepas que en esta vida que nos ha tocado vivir, los buenos servicios suelen pagarse con ingratitud. Consuélate de haber obrado bien y estarás en paz contigo.

 

Hasta otro día.

Juanma


Entradas populares de este blog

ACÉMILAS DE LA LENGUA

LA ESPAÑA ESPERPÉNTICA

LOS 178 "MAGNÍFICOS".