-¿ABUELO, CÓMO QUIERES QUE TE ENTERREMOS? - ¡MUERTO, NO “MATAO!”.

 


Prensa: (18-3-2021)

España aprueba la ley de eutanasia y se convierte en el quinto país del mundo en regularla.

Los solicitantes deberán “sufrir una enfermedad grave e incurable o un padecimiento grave, crónico e imposibilitante”.

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Tendré que leerme enterita la ley para enterarme mejor de su contenido. Sobre todo para fijarme en las palabras que pueden interpretarse a gusto del ejecutor de la acción que encierre el vocablo fuera de su sentido propio. Y comienzo con la palabreja “imposibilitante”, que no aparece en el diccionario de la RAE, pero que se entiende como algo que hace que una persona quede incapacitada para algo, en este caso para quitarse a sí mismo la vida. Recuerdo una rotunda definición de “muerte” que nos dio un profesor del Instituto Fray Luis de León de Salamanca hace muchos años: “La muerte es la ausencia de toda posibilidad”. Pues eso.

El diputado comunista portugués Antonio Filipe ha expresado con rotundidad: «La muerte es inevitable, no un derecho fundamental. Si fuese un derecho, no sería lícito hacer depender la anticipación de la muerte de la decisión de terceros». Un médico es un tercero, y un familiar es un segundo en el orden preferente a la hora de ayudar a morir y un primero en heredar. ¿Se imaginan a una persona que desea dejar de vivir, se sube a la azotea de un rascacielos y exige su derecho a que un tercero, un conserje por ejemplo, le dé el empujoncito definitivo? Hoy tenemos un arsenal de medios para dejar este puñetero mundo. Toda familia dispone de un botiquín casero. Es conocido el caso de Ángel Hernández, el hombre que ayudó a morir a su mujer en 2019 ¿Qué médico precisó Ángel para terminar con el sufrimiento de su esposa?  El médico, en mi opinión, debe limitarse, como es su deber, a emitir un diagnóstico previo a un tratamiento paliativo, curativo o de control de la enfermedad. Si los jueces clínicos deciden que la de la guadaña está al pie de la cama, que se haga como históricamente se ha hecho en las ejecuciones: Un tribunal dicta la sentencia y un verdugo, nombrado por el Estado, la ejecuta. En casos de suicidas sin dolencias físicas, el pueblo emite también diagnósticos, pero a toro pasado, con el clásico “Si es que estaba loco”.

En una breve ojeada por el texto de la ley he visto que los legisladores hablan de establecer garantías para no “suicidar” al que no quiere. Me temo que no existen garantías, ni médicas ni jurídicas ni familiares. Ya se sabe que quien hizo la ley hizo la trampa. No es difícil aventurar que esta ley va a ser un coladero. Al tiempo. Y no hace falta llegar al extremo de aquel yerno que quería tanto a su suegra, que la vio sangrar cuando se pinchó con un rosal y la tuvo que rematar porque no soportaba verla sufrir.

Hasta tanto termine de leer y releer la dichosa ley, que me puede afectar en cualquier momento, tengo para mí que los legisladores han conseguido un objetivo teológico: Los milagros dejarán de existir. Se acabó eso de que alguien se recuperó “milagrosamente” de una dolencia que los médicos y su ciencia consideraban terminal, incurable, fatal e irreversible. ¡Que vivan nuestros legisladores!

Hasta otro día.

Juanma

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